LA DAMA (La Plata)
¡Ah! A veces las
grandes ciudades tienen más líneas de colectivos que emociones… pero esta
ciudad tiene sentimientos. Y colectivos, y taxis, si, pero esta ciudad siente
como mujer. Recuerdo cuando, como buena mujer, abrió sus puertas una vez, ¡ay
que calor hacía ese día! El horizonte recortado por el concreto y pincelado de
gris, el aire caliente, y esta mujer me dejó entrar, y me puso una mano en el
hombro como una mamá. Un taxista no quiso llevarme, tu valija es muy grande, me
arruinás el tapizado, pero ella dejó que yo conservara el equipaje más grande que traía, mi sueño. Yo
te ayudo a cumplirlo, me dijo, en medio de un bocinazo, y me advirtió con el
rojo del semáforo que las mujeres nunca se despiertan iguales dos días
seguidos, y es verdad, porque algunos días esta ciudad se despierta niña,
traviesa, y me esconde las ganas, y la fuerza, y la voluntad, y se encapricha y deja relojes y zapatillas y boletos de
colectivo tirados en el piso y me hace tropezar muchas veces. Pero la perdono,
porque hay otras tardes en que es una amiga, y me presenta gente, otros
huéspedes como yo, y nos ceba unos mates y hace que conversemos de ese sueño
que trajimos hace algunos años. Hay que verla cuando se viste de gala, se pone
tacos, se pinta la boca, y me lleva a pasear por la noche, y al día siguiente
se levanta conmigo con el maquillaje corrido y juntas nos acordamos de las
luces, juntamos los vasos, y nos reímos con sonrisas pícaras, ¡qué buena noche!.
Los peores días son cuando se despierta gris, a ese humor no hay con qué darle,
y llueve, y a veces hasta tira piedras, y me moja el sueño. ¡Para qué estoy acá!,
y me canso, y estoy perdida, encima hay viento, llueve, y ya que está lloramos las dos. Pero
esta mujer es impredecible, y sin previo aviso, se corren las nubes, y la
humedad mata, muerden los mosquitos, ¡pero a vos nada te cae bien!, aunque como
buena anfitriona me rescata el sueño, aquél primer sueño que se estaba
escurriendo por el rio que se formó en el cordón de la vereda para que lo seque
al sol, y lo mire un rato como se mece al compás de algún recuerdo que
canturrea, y me acuerde de cómo me sentía el primer día de nuestra convivencia.
Entonces abro la ventana, pongo música, y caliento el agua. Sabe cómo
ser mi hermana de nuevo, que se sienta conmigo a leer. ¿Y cuando se enamora?
Ay, ahí sí que la desconozco, es temprano, hoy termino este capítulo, quizás mañana
le vea y pueda hablarle, ¿ya es de noche? y el resumen es una mancha amarillo flúo,
no sé qué leí, y las horas se van volando en estrategias e interpretaciones con
la chica de la habitación de al lado (me acuerdo que la ciudad me la presentó
un día en un recreo…qué buen día aquél), bueno, vamos a dormir, y caray, ¿son
las 3 de la mañana, ya?, mañana te jugás todo. Pero pasa que cuando no le digo nada, todo sucede al revés.
Encima empiezo a extrañar, y la que se levanta triste, malhumorada y gris soy
yo, pero ella me alcanza un pañuelo, y reconozco la suerte de haber conocido a
otros como yo, ay hermanos, necesito hablar, y las penas se hacen amenas por horas,
me dicen lo que no quiero escuchar, y me secan las lágrimas, cuando se van yo
la miro a esta ciudad por la ventana y le agradezco con un gesto. Aunque cuando
se queda dormida es lo peor, porque generalmente se queda durmiendo los
domingos, y encima parece que todos los demás se duermen también, y la calle
está vacía, todo está como muerto, la distancia a casa crece, y asoma la
melancolía y la música que invita a las lágrimas a humedecer las pestañas, ¡que
sueño pesado que tiene! , a veces le dura hasta el lunes, y yo acá desvelada. Y
cuando es de noche, tarde, tengo que leer tanto… no tengo ganas, quiero dormir,
quiero que todo pase, a veces la soledad se hace la compañía peor. Pero ella,
que ya pasó por eso muchas veces, me hace un café caliente, y me anima: “vos
podés” y se queda despierta conmigo. Definitivamente, la cara más emocionante
de esta ciudad de las mil caras, es
cuando se transforma en musa, y vuelan las palabras entre amigos recordando
paisajes por visitar y cumpliendo sueños por soñar.
Cuando sólo me acompaño
yo, recuerdo que en el cajón guardo las hojas en blanco, y yo me siento
tranquila, la ciudad inspira, dibujo, escribo…, y el mundo se ordena entonces...
porque yo también soy mujer, las dos, la ciudad y yo somos mujeres, y ella me
entiende, y yo la mayoría de las veces también. Y cuando no, tampoco importa,
es como una madre, como una hermana, como una amiga, porque está siempre
susurrando: quedate tranquila, yo tengo guardado el sueño. Si el día pesa tanto
que aplasta el sueño, me lo deja entrever entre la desazón, hasta que nos entendemos de nuevo, y me palmea la
espalda…vamos, a vivir el ilusión, que vale la pena, dicen. Ella me ayuda, no
importan los mosquitos, ni las baldosas sueltas, ni el tiempo, que nunca va al
mismo ritmo dos días seguidos. Me alberga una anfitriona de oro, inolvidable.
El día que cumpla este primer sueño, va a venir otro, y siempre que me olvide
algo en una esquina de la memoria, una ventana me devolverá a esta ciudad, que
con sus ojos de mujer me mostrará una y otra vez el mundo que quiero volver a
ver.
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