"En la figura que se llama oxímoron,
se aplica a una palabra un epíteto
que parece contradecirla;
así los gnósticos hablaron de una luz oscura;
los alquimistas, de un sol negro."
("El Zahir"; J. L. Borges)
Hemos de declarar una guerra santa a aquellos descarados moralistas que reniegan de los claroscuros.
Hemos de combatir a los teóricos del caos, y sus especulaciones pragmáticas sobre la historia del futuro.
Hemos de quebrar el ensordecedor silencio y el confort insoportable en que se han sumido estos doctos ignorantes de las verdades ocultas de este universo.
Hemos de reivindicar la rebeldía, de recordar el olvido en que han hundido a nuestras utopías realizables, hemos de volver a permitirnos el lujo imprescindible de desconocer el porvenir, de tantear a ciegas en la deslumbrante oscuridad que nos precede en el camino sin retorno hacia el mañana. Hemos de reconocer a la incertidumbre como único verdadero motor del libre albedrio.
Hemos de reivindicar la rebeldía, de recordar el olvido en que han hundido a nuestras utopías realizables, hemos de volver a permitirnos el lujo imprescindible de desconocer el porvenir, de tantear a ciegas en la deslumbrante oscuridad que nos precede en el camino sin retorno hacia el mañana. Hemos de reconocer a la incertidumbre como único verdadero motor del libre albedrio.
Hemos de autoproclamarnos los ángeles infernales que han de salvar del descanso eterno a los poetas, que han de rescatar a los juglares dormidos de esta quietud feroz que cubre y calla la música.
Hemos de recuperar el perdido asombro diario, hemos de liberar del tedio en que se han sumido a las desmemoriadas mentes antes agudas y sonoras, hoy sosas y taciturnas.
Hemos de despertar a los dormidos amantes, hemos de atender a los relegados menesteres que devienen del cambio constante de los destinos aleatorios.
Hemos de invertir la recta lógica de las leyes de los hombres, y devolverle la entropía al orden natural de las cosas.
Hemos de ostentar nuestra docilidad frente a los avatares venideros, actuando súbitamente, conscientes de ignorar las consecuencias, avanzando hacia el filo. Porque creemos estar seguros de que cualquier cosa es preferible al remanso incómodo de los hábitos, porque confusamente resueltos aseguramos que la costumbre deviene en vicios impredecibles y peligrosamente adictivos, como el miedo inútil a lo inevitable.
Hemos de odiar fervientemente la simpleza fácil y amar aunque duela la complicada tristeza que da vida a los versos.
Hemos de recorrer hasta consumar, los infinitos caminos que conducen a la búsqueda del perdido amor perdurable, esperanzados en hallar o apenas ver, y quien soñará con sentir, el rescoldo de alguna pasión. Bienaventurado el que muera en manos de la daga efímera del amor eterno, porque en la eternidad vivirá como poeta.
Hemos de atar la libertad a nuestra lengua, pregonándola perpetuamente hasta agotar la voz, para entonces seguir gritando con el alma.
Hemos de creer en imposibles y tener fe en las causas perdidas, que son las que nos obligarán a elegir la búsqueda constante de un más allá glorioso.
Hemos de declarar entonces nuestros nuevos y mejorados principios, a viva voz.
Hemos de tener como única opción ser artífices del propio destino.
... y mientras los cobardes hablaron de vivir tranquilos
los audaces de morir en paz,
fueron los amantes
los que hablaron al unísono
del siempre y el jamás.