Y eso que yo ni esperaba surcar un charco, acostumbrada a la costumbre de recorrer los puertos y olvidarme de zarpar. Y sin aviso, cuando abordé no lo vi, ni me vió, creo que la diferencia fue que nos miramos. Yo creía haber entrado por una escotilla más, y acabé traspasando el umbral entre la tierra que el mundo conoce y el océano que yo quería conocer. De lo poco o mucho que aprendí allí, su voz fue lo primero, su deseo lo segundo, y su nombre lo tercero. Y a nadar después.Y como el agua que es mar, témpano y nube a la vez, y nadie duda de su transparencia, fuimos como invierno y verano, así por fuera y por dentro, ocultandonos del recelo de afuera, con la complicidad. El viaje fue vertiginoso, casi como dar la vuelta a la timidez en ochenta miradas salvajes. Y supimos tejer una red de pasiones mientras nadie miraba, pudimos hacernos sonrojar sentados a la mesa, con la voz baja y la mirada fija. Desde la costa se veían las banderas blancas, pero con los ojos cerrados, para nosotros eran negras, negro como un cuarto, negro como el silencio en que debimos mantenernos, negras como el navío de un bucanero, y reímos cuando supimos que teníamos ya, ojos de filibusteros. Y mientras las vidas reales se paseaban en cubierta de la mano de los compromisos, nosotros de la mano uno del otro desafiábamos a la gravedad del asunto balanceándonos en la plancha donde los condenados y los amantes caminan al final. Y semejante a la lluvia que se junta con el sol, bajo un aguacero desgarramos las nubes grises de cautela y el arco íris se dibujó. Esta vez la luz cambió el espectro, y se tiñó de secreto en vez de azul, de prohibición en vez de violeta, y de pasión en vez de rojo. La distancia con que la tierra firme nos mantenía las bocas y la piel separadas, en alta mar no pudo aguantar y la quebramos. Sus labios buscaron los míos y los míos los suyos hallaron en un beso desvergonzado. Mientras duró, el mundo era lo que el desierto, y nosotros, con los perfumes mezlcados, lo que un oasis. Cuando el barco tuvo que atracar, no ayudamos a arrojar el ancla, pero no nos opusimos. Un último beso con una sonrisa en medio, y en los ojos un brillo de aventura. Al saludo cordial y ajustado a la vida real, que luego del naufragio por revoltosas aguas de confidencia, y de la sed de deseo saciada, resultaba casi irrisorio, le seguirán entonces los caminos que veníamos transitando. Fuimos un remanso, un devaneo dulce y rozagante, el hielo en la copa. Pero como el hielo, la crónica tiene un final, y así como el agua que al consumir el hielo, tal como la realidad a nuestro afán, no es la misma, nosotros somos alguien más, sin heridas ni reproches, somos sólo dos más de los navegantes que como los piratas a los tesoros escondidos, perseguimos de polizones, en un mar oculto, besos y caricias que en el polvo de la realidad y la tierra, nos son negadas.