La noche mira la ciudad desde lo alto, desde adentro; la noche es la ciudad en ese momento.
Ve a la soledad susurrando al oído de una joven acurrucada en su cama, con los ojos abiertos escudriñando la oscuridad, hundida en ella.
Ve al amor abrazar a aquellos dos, despidiéndose hasta mañana en un beso interminable, lleno de promesas susurradas, acunados por la luna, compañera eterna de su vigilancia.
Ve al frio calar los huesos de un perro viejo, enrollado tiritando al lado de un mendigo envuelto en papel y mantas raídas, y les tiende la mano para llevarlos al mundo de los sueños, alejándolos de ella, hostil.
Ve a la voluntad sentada al lado del muchacho rodeado de textos, y el tic tac de un reloj, la frente sobre las manos, los ojos rojos dañados por la luz blanca, desafiándola a ella.
Ve a la duda asediar a la mujer que espera junto a la ventana.
Ve al arte regocijarse en los dedos movedizos que rasguean suavemente unas cuerdas.
Ve al dolor herir al hombre en cuclillas en la sala de espera.
Ve a la plenitud rozar el vientre de la madre.
Al odio hincar las garras.
A la esperanza respirar profundo.
Al miedo apretar los dientes.
A la pasión con ojos brillantes.
Ve a la ciudad latir de vida, silenciarse de muerte.
De pronto, la noche es vista. Sabe que allí, en ese cuarto, bajo la luz anaranjada, las letras que se dibujan sobre el papel hablan de ella. La han descubierto; esos ojos la ven, esos oídos la oyen, ese corazón la siente.
Y la noche se deja retratar con palabras…
